martes, 19 de mayo de 2009

Tres Poetas Románticos: Peregrinos del Mundo


La poesía, como género literario y humano, representa a la búsqueda de la máxima expresión de los sentimientos y pensamientos, estos tal vez encerrados en lo más profundo de nuestro ser. Concibe además un mundo distinto, una visión diferente en lo que a las manifestaciones del Universo, su unidad, su forma, su estructura competen. Ser un poeta, o bardo, o vate, implica el constante observar y describir el movimiento de la naturaleza, expresándola en un lenguaje simbólico, mediante el uso de figuras literarias, puesto que lo bello, lo bueno, lo cualitativo, lo malo, tiende a exaltarse hasta los límites del paroxismo. Decimos que cuando hacemos poesía, estamos haciendo hablar a nuestra alma misma.

Estos pensamientos podrían ir tornándose subjetivos si no procedemos a un minucioso y delicado análisis literario-poético, sobre el porqué de estas aseveraciones. Basta con remontarse hacia una revolución de no más de tres siglos como pasado cercano a la más pura expresión de nuestros avatares, penas, alegrías, dolores. El movimiento denominado Romanticismo, nacido a finales del siglo XVIII y consolidado durante el desarrollo del Siglo XIX, como respuesta a una forma de pensar imperante ya en esos momentos (La Ilustración), pregonaba, a diferencia de la fría deducción y la mera lógica propias del Siglo de las Luces, al máximo cúmulo de sentimientos que un hombre pueda segar desde su interior. Aislado de todo refinamiento racional, ajeno a reglas estéticas muy rigurosas, el movimiento romántico supone una liberación del pensamiento, una libre expresión más individual, netamente intimista, extremadamente nacionalista, sobre las situaciones de la vida de ese tiempo.

Es un giro de toda una época, aletargada por los usos y abusos de la Monarquía y su Régimen Absolutista. Es un despertar hacia un nuevo mundo. Es un fluir más limpio, más puro, más intenso, de las turbulentas olas de nuestros pensamientos. Así se abre un extenso capítulo en el mundo: la era de las revoluciones, de los movimientos por las causas independentistas, cronológicamente primero en América, luego en Europa, mas las razones se fundamentan y se complementan: ambos continentes se hallaban oprimidos bajo un mismo cetro.

Inmediatamente surgen figuras determinantes en la esfera política, social y literaria del siglo XVIII. El antecedente más cercano al Romanticismo se remonta a la edición de la novela epistolar “Las Cuitas o Tribulaciones del Joven Werther” (1774), del erudito alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832). En ella Goethe muestra a un joven de caracteres tempestuosos, enamorado de una mujer prometida a otro, y no siendo correspondido, se suicida. La publicación de dicha novela trajo consigo una ola de suicidios, lo que provocó la censura de la misma.

Goethe confiesa póstumamente que el personaje de Werther se basa en una situación vivida por él mismo, ya que estuvo enamorado de una mujer próxima a casarse. La influencia del Werther tuvo honda repercusión en Europa, con el prototipo del héroe errante agobiado por sus pesares filosóficos, metafísicos, y el más importante, el del amor no correspondido. Puede tomarse desde ese momento como el punto de partida del Romanticismo en la literatura.


De aquí surgen escritores, poetas, identificados plenamente con la vertiente romántica, dedicándose a expresar sus sentimientos creando, retratando paisajes, idilios, situaciones de desengaño, melancolía de los recuerdos, nostálgicas introspecciones, siendo ellos mismos los protagonistas, escondidos bajo de sus personajes. Proseguimos al estudio de tres poetas, ingeniosos hidalgos al decir de Cervantes, siendo uno de ellos tal vez el principal representante del Romanticismo Inglés y vate viajero de sus sueños. Tal es el caso de Lord Byron (1788-1824), quien viviendo una vida de desenfrenos, tristezas, penas, es desterrado de su patria Albión (como la llama en su Childe Harold), y parte sigilosamente hacia las tierras italianas para no pisar jamás su tierra natal. La personalidad de Byron fue una de las más controvertidas de su época.

Conoció la fama mediante su genio literario, más sus relaciones incestuosas con su hermanastra Augusta lo hicieron odiado, manchándolo para siempre dentro de la sociedad inglesa de su época. De su papel como vate peregrino, describió a la belleza de los campos de Malta, Albania, Portugal, España, Grecia, en su Childe Harold, héroe personificado por él mismo, viviendo las peripecias de estar alejado de su patria, y abrazando una tierra que no es la suya. Muere luchando por la causa griega en el sitio de Missolonghi en 1824, de un ataque epiléptico.

Además junto a él respiran aún los líricos Percy Shelley y John Keats, quienes también conocieron el destierro. El uno por su ateísmo, el otro por su tisis, radicándose en la Italia revolucionaria. Shelley, poeta de las sublimidades, puro como su alma, se dedicó a describir el Universo, impregnado en sus versos, la fragancia y elíxir de lo majestuosamente divino. Su Himno a la Belleza Intelectual pregona la perennidad de la belleza ante el mal. Muere ahogado en Pisa durante el naufragio de su barca Ariel en 1823. Keats fue un amante del arte helénico: su Oda a una urna griega, predice con nostalgia indecible que su muerte, a más de estar cercana, será en los brazos de lo bello, lo único gloriosamente verdadero. Muere de tuberculosis en 1821.

Almas sumidas en la búsqueda de la felicidad, en la dulzura del mundo, sus idealismos permanecieron hasta que el hado silente, hizo cesar sus respiraciones. Estos personajes descritos, son los más laureados poetas peregrinos del mundo. Vidas atormentadas, morando en los huracanes, vendavales y tormentas de sus corazones, el tiempo los vio florecer y marchitarse como las flores golpeadas en invierno, sin que la primavera las refugiase. Aquí tal vez pueden encontrarse diversos rasgos en las personalidades de estos poetas.

Tantos somos los que nos sentimos vinculados profundamente con sus espíritus. Y el amor abrió y cerró sus puertas, germinando la semilla de las idolatras hacia otras almas desconocidas, pero puras, tal vez no correspondiendo estas, o desistiendo aquellos. Aquí en la tierra la manifestación más grande, y la capacidad más grande que nos brindó el sabio creador es la de sentir. Sentir en nuestros nervios, sangre, venas, alma y corazón, el poder del amor, tanto divino como el idealista, el que desea ser tan perfecto, y llega a serlo…si uno se desvive por eso…el amor terreno. Como errantes ha seguir el camino de vivir anhelando quimeras, habremos de surcar mares los poetas, para encontrar finalmente, la felicidad, la gloria, en Dios, y al decir de Shelley, a un “Espíritu dentro de dos formas”.

1 comentario:

  1. Muy interesante tu nota Monte.. Al más puro estilo tuyo.. =) Gracias por colaborar con nuestros conocimientos..

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