martes, 2 de junio de 2009

El abrazo de la palabra

No puede mi cuerpo no temblar ante tanto vértigo,
ante el desconocido producto de este lapso de egoísmo,
de propio placer, de solitaria existencia.
Si el mundo se abre, se ensancha en cada sendero que recorren
los pies de la humanidad.El cielo bate sus alas y el viento, hijo de ellas,
se refugia en cada espacio con que se topa en su caminar.
Todo circula, la sangre en las venas, las aguas bajo la tierra,
las lágrimas en los rostros, el amor en las almas.
Mi cuerpo tiembla, feliz, lleno de gracia,
al hallar en la palabra el salvavidas preciso,
el arma correcta para desafiar y vencer las iniquidades de
esta vida dolorosa.
La palabra me encuentra en las extensas corrientes de la
inspiración y logra que olvide mis congojas. Me reparte
entre las múltiples cosas que pueblan nuestra
tierra y logra que escriba sobre ellas.
Sobre la mujer solitaria que riega sus manos con sudor
para alimentar a sus vástagos; sobre los amantes que huyen
de los preceptos y se internan en sus pieles para amarse, para
despojarse de si mismos y comulgar en el deseo; sobre el
hambre que perfora el vientre de una niña, en las calles de
una ciudad mítica. Sobre esa misma ciudad, que incuba en sus memorias
el abanico de historias que escribieron su presente.
La palabra me nutre, destila mis penas y me hace compañera
de todas esas vidas que se desprenden de su fuerza creadora.

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